M a l g u s t oEs maravilloso hasta dónde puede conducirnos nuestro mal gusto. Somos un primor.
Resulta que una vez que hemos decidido ponerle a las palabras (como quien decide qué calcetines ponerse o ponerle en qué cantina), decidimos también que precisamente nuestras palabras, el lenguaje que utilizamos, la forma en que expersamos nuestros piensos, resultan ser producto unívoco de los garabatos que dejamos pintados, como si la decisión la tomaran ellos y no nosotros. Ya en ese estado de cosas, claro, la responsabilidad no es nuestra, y gazumá lo que nos salga de la pluma hoy teclado.
Total que nosotros y las letras, contritos y rabones, ajenos y yuxtapuestos, terminamos haciendo un maridaje pérametantito y saltapatrás que tiene mucho de retruécano y tiene más de notentumas:
- Las letras, haciéndose las desentendidas, chiflandito con la mirada al cielo, lamúcuraestáenelsuelomamánopuedoconella, yo a ti ni te conozco, estoy haciendo mi trabajo, señor, letro letro letro y si te vi ni me acuerdo.
- Nosotros, pagándonos por debajo de la mesa por una noche de loca pasión llena de tropos locos y ditirambos cachondos, convencidos de nuestra genial locuacidad, afiebrados de nosotros como si la neta, como si háganse a un lado, como si uyuyuy. Desarrollamos tremenda
hornydad por nosotros mismos, y de ahí a darnos alpiste en el piquito es cuestión de tiempo, ese impío relativamente guarro.
Total, las letras que les vale, nosotros jariosos de Nosotros, y los textos terminan rezumando perfume de gardenias, caldo de pollo para todos, cerrazón almibaradita, febril emulsión melcocha, ungüento armario y ropón, saladitos dulces, melaza chapopota para todos los casos, patitas pa qué te quiero, corazón porquéstastriste, aguota de sabores, conservadores artificiales, luces de Bengala, pomposos donaires, gráciles ademanes, garbosos pavoreales con las manos y un sinfin de pínices y bullangas puestas en una ramita con lucidores bombones blanco y rosa, todo cocinado al calor del fogonazo de nuestros ímpetus penseros, como si el calor, como si las formas, como si nosotros.
¿Sí?
Deberían prohibir las confesiones.
Quemarle las manos a las netas del planeta.
Ñoñazos que somos, muchos terminaríamos turbairacundos y vapuleados, anabolenos y plin, dándonos de puntillas en nuestras rubicundeces, azorados de ser, relapsos de habernos puesto dedo, y el mundo sería un mejor lugar para escribir.
Todo sería de un mal gusto estupendo.
Seríamos primorosos.