viernes, mayo 30, 2003

La escritura está hecha de palabras. Quien opine lo contario, opina lo contrario con palabras. Por eso la cábala nos intriga: los orígenes nos llaman. Nuestras estructuras (aleatorias, formalitas y blandengues) son varillajes de signos atornillados: palabrajes.

miércoles, mayo 28, 2003

También afirmamos (con una certeza que da miedo) que el conocimiento es cosa acumulable: estibamos lecturas, almacenamos citas, nos acuartelamos en nuestro infalible andamiaje referencial. Y así vamos por la vida, coleccionando libros como estampitas y referencias oportunas (crípticas, prestigiosas, relumbronas ellas), esperando el momento propicio (la menor provocación) para desenfundar nuestro acervo brilloso.
Afortunadamente (fortunota mundanal), entonces viene el diablo blanco y ¡zaz! te come la patita.
El conocimiento de hoy es cosa vieja, útil y divertida pero vieja, siempre.
Así y todo, el hoy no tiene asideros y el futuro es pura premeditación pura.
Por eso seguimos aullándole a la luna.
Por eso ritmamos.

martes, mayo 27, 2003

La objetividad no es sino una cosificación saboteada de origen.
La materia de la escritura es intangible. Hasta el realismo más severo es solamente una puesta en tinta de ese elástico inasible que es el pensamiento. Es por eso que nos refugiamos en las letras: siempre hemos necesitado de cedazos. Lo otro, es otra cosa.

jueves, mayo 22, 2003

¿Poner en palabras o idear palabrando?

martes, mayo 20, 2003

El problema es creer que el lenguaje funciona por sí mismo, que tiene autonomía de vuelo. Abstraerlo es inventarle propiedades cartesianas de las que carece. La lengua lengua, es aquella cosa que nos hemos inventado para vulnerar al mundo a través de la invocación. La lengua lengua es un apéndice maestro.

viernes, mayo 16, 2003

Relectura y palimpsesto:
José Carlos Becerra. Los signos de la búsqueda

Motivo para sustentar muchos años de pesadillas: ya traspongo los barrotes que resguardan el túnel, que termina en las cuevas submarinas, me araño, me desangro, al fin encuentro una roca saliente donde encajo mis uñas, que crecen por instantes para salvarme. Desde la puerta del boquete, empiezan los carceleros a introducir largas varas con tridentes, entonces llega el perdón y el despertar. O no encuentro la piedrecilla y ruedo por el túnel hasta el chapuzón, pero los tiburones dormidos flotan ininterrumpidos en el aceite de sus músculos abandonados a la marea alta y a la flacidez. En la medianoche, una pequeña embarcación empieza a remar hacia Cemí.

José Lezama Lima. Paradiso.


Ya no será necesario que huyan, / he estado mordiendo pacientemente vuestros corazones, / esperando el soñado contagio, / pero ha sido inútil, ustedes le temen a su propia divinidad, / y de sus corazones huyó el hombre que un día quisieron ser.

José Carlos Becerra. “Licantropía”.



Como en el camino de la antítesis trazado por el mundo griego, Becerra conquista dicho artificio vital del verbo entre la causalidad y la metamorfosis. La causalidad aparece como una sucesión de lo visible, en tanto la metamorfosis lo sumerge en las aortas de las oscuras aguas somníferas. En su metamorfosis hay una lucha entre el fuego y el sueño, donde el fuego edifica la palabra y la pausa el sueño que se ajusta a la conciencia lezamiana aprendida por el poeta.

Daniel Téllez. “La escritura de José Carlos Becerra. Materia verbal de un extenso poema”.

*

¿Hacia dónde nos dirigen los epígrafes? Evidentemente hacia el abismo argumental, hacia lo otro referente, hacia lo que más allá significa; se trata en todo caso de un recurso mediático y chambón para decir más escribiendo menos.
En este caso particular, la tríada epigráfica no es más que un pretexto, naturalmente, para asir la sustancia de las letras que nos hacen ruido y convocan hoy y aquí, a la lectural salud del tabasqueño: José Carlos Becerra. Los signos de la búsqueda. Quizá se trate de un recurso aproximativo para dar con los mecanismos que sigue el entendimiento que se infiere lógico o se presume como tal: causa y efecto, fundamento y estructura, pienso luego existo; son probablemente esos signos que el título nombra y anticipa.
Antes que otra cosa, una aclaración pertinente: toda relectura a una relectura termina por convertirse en una plusmetalectura, cuestión inevitablemente borrosa: la línea entre el ditirambo y la diatriba es peligrosamente fina; ambos extremos son fatalmente tentadores, y ambos resultan poco serios. Ya que la objetividad es cosa disoluta, quizá, como medida precautoria y ejercicio de cautela, habrá que ir por partes.

i
Referentes, puntos de apoyo renovados son los que brinda el pequeño libro. Hablar de José Carlos Becerra, poner en tinta su lectura y desglose argumental, es sin duda motivo de especulación y aviso de urgencia: a más de treinta años de su más reciente viaje a Brindisi, la lectura al oriundo de Villahermosa parece asunto ominosamente postergado, ya por negligencia, ya por descuido o ensordecimiento. Las convenciones, conveniencias, costumbres y usos que circundan, sobrevuelan y determinan al mundo de las apariencias formales que son nuestras letras, han llevado poco a poco o de porrazo a las hormigas, al otoño y a los hechos de Becerra a una especie de limbo peligrosamente estático: queda la impresión de que las consideraciones son pocas, las reimpresiones escasas y la reflexión infrecuente: aún cuando esto no sea exacto por paranoico o alarmista, su sola consideración resulta ya significante: así, la relectura espera y exige inminencia.

ii
José Carlos Becerra: bárbaro inusitado; lengua larga; plumaje ardoroso; amante del abismo. Su poesía tiene no sé qué de llamado de auxilio y de flujo bestial. Cascada de lagartos, discurso de insectos, reverberancia de ciudad atroz y bestia civilizada: leerlo, pensarlo y escribirlo resulta más un ejercicio catártico que un desentrañamiento programado; nada luego de su lectura puede ser inocuo; Becerra y la inocencia se perdieron mutuamente, para siempre. Su línea versal, hipérbole programada y aparente fluctuación, es un recurso doloso, una estratagema escritural puesta a cultivo en el caldo de las interpretaciones muchas: todo lector es una víctima, toda enunciación una trampa.

iii
Faltan lecturas, y resulta sorprendente: el México norteado desconoce (ignora, no sabe, ha postergado) a Becerra. Si revisamos el directorio de Los signos de la búsqueda, descubrimos que las lecturas y reflexiones de este libro, al fin apariencia que es verdad evidente, surgen de plumas y teclados que habitan ámbitos geográficamente más cercanos al del poeta. Las muchas y muy pocas conquistas a esta barbarie nuestra que nos habita y define nos urgen, aquí, hoy, una reconsideración. Los débitos nos definen a nosotros, los aludidos. José Carlos aguarda.

iv
Los signos de la búsqueda, naturalmente, como expresiones lecturales a voz en tinta, como muestrario de perspectivas particulares de interpretación. Ideas generales: utilizar el recurso de la referencia para situar a Becerra en el ámbito glorioso de la literatura universal; redimensionarlo tanto hacia adentro como hacia fuera, por sus signos evidentes. Más adelante, una idea crucial: la lectura del poeta a través de sus símbolos. El desprendimiento necesario y difícil del autor y su obra: su vocación cartesiana de peregrino y duda sistemática del mundo y sus demonios. La mecánica histórica, el papel social de la escritura poética; los laberintos de la creación que asume y egosume.
Relecturas, pues, consideraciones de circunstancia y puestas en perspectiva de la obra poética: en casi todos los casos, de casi todas las formas, puesta en marcha de la mecánica pensamental para desentrañar el asunto pedregoso de la función poética. Lectura que se agradece, pues deja a un lado el recurso fácil, por inmediato y sin prisa, de la referencia biográfica o anecdótico-bibliográfica. En el libro, los misceláneos de vivencia y personaje, son mínimos. Repensar a Becerra es la consigna.

v
Daniel Téllez logra su cometido: de entrada, Becerra se convierte en pretexto y argumento de sí mismo. Materia verbal es la apuesta del texto, y su cauce son una serie de lecturas particulares, de interpretaciones que juegan a desglosar y hacer evidentes estrategias, estadios, voces y lugares del poeta.
Quizá frases clave, apoyaturas conceptuales o revelaciones de lectura, el texto de Téllez juega al significante clave y a lo fractal hecho secuencia; cada parte busca revelar el todo, la lectura es única y múltiple a un tiempo: ritmos y retorcimientos en la lengua de Lezama Lima, la oscuridad de la palabra como iniciación y conjuro, la apuesta de Becerra por el flujo sobre lo fragmentario, su escritura: bestia que sangra, la muerte como sustrato, el acto poético como iluminación histórica, pérdida y reencuentro del paraíso, la pluralidad hecha sustancia. Dos citas: “... la poesía de José Carlos Becerra no aspira, ni puede, a modificar la marcha del tiempo vivido (el viviendo) ni eludir el pensamiento ni el encuentro del poeta consigo mismo.” Y un poco más adelante: “Becerra cree, como Borges, que la eternidad anhelada con amor por tantos poetas es un artificio espléndido que libra de la intolerable opresión de lo sucesivo y del tiempo”.
Así, la lectura de Téllez es un replantear la escritura de Becerra es términos de sustancia y estrategia: el flujo enunciativo puesto en el ámbito de lo escritural-trascendente. Indagar, cuestionar, desentrañar, poner en evidencia al poeta a través de los medios que brinda su escritura: aliarse con el texto para desenmascarar el signo del signo que es su escritura reinventada por la lectura.

vi
La fragmentación es inevitablemente la estrategia del discurso analítico; incluso el flujo ardoroso de Becerra puede ser hecho disección, tajada y trozo. Suceden sin embargo dos asuntos:
- Un discurso segmentado es necesariamente resignificado;
- Toda relectura es un abismo signal, un palimpsesto interpretativo.
Esa es la virtud primera de Los signos de la búsqueda: se trata de una invitación al descascaramiento de Becerra, al reflujo de sus lecturas. Guía de lectura, directorio de acotaciones o llamado a la presencia, hablamos de un paseo por algunas concepciones lecturales de nuestro tiempo, siempre signo y evidencia de lo que somos y pretendemos. En este sentido, el libro es manifestación del suceso poético Becerra no en sí mismo, sino en nosotros como potencia. Los signos de la búsqueda es el largo y sinuoso camino que va de Brindisi a nuestras manos y experiencia. Esa es la misión que debemos aceptar.


** Daniel Téllez, Luis Robles et al. José Carlos Becerra. Los signos de la búsqueda, selección y prólogo de Miguel Ángel Ruiz Magdónel, CONACULT, México, 2002 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 254), 117 pp.

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miércoles, mayo 14, 2003

Hoy en L E T R A R T E, suplemento letrero de Bitácora:

* Letrarte... y otras grafomanías.
* Signo, duende y destino: entrevista con Eduardo Arellano.
* "Y lo vi con mucho placer", fragmento de la novela inédita SUPLICIOS de Javier Hernández Quezada.
* Poemmas de Laura Jáuregui y Paty Blake
* Rondas y lecturas: "Superficie Sucesiva", de Ricardo Solís, y "El fuego tras el espejo", de Esalí.
* Palabrario: Yins y Bluyins

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Hiperventilar nuestro palabrario con bocanadas de anonadamiento. Engañarlo bófonamente. La sustanciación vendrá tarde o temprano, o no lo hará: ése ha sido su derrotero permanente. Sus motivos son otros.

martes, mayo 13, 2003

Hacemos como que le sacamos brillo a las palabras. Bruñir es la misión que hemos aceptado, y no suena mal:
Habemos vida bruñendo.

Cada día, cada vez, cada rato, regurgitamos lenguaje. Lo reverberamos.
El lenguaje no ha muerto; no les creo. Nada más anda perdido. Seguramente se cayó dentro de sí mismo. Y se calló. Anda por ahí, ensimismado.

lunes, mayo 12, 2003

Este miércoles aparece LETRARTE, suplemento de literatura, en Bitácora, con textos de Javier Hernández Quezada, Paty Blake y Laura Jáuregui, además de entrevista con Eduardo Arellano y algunos asuntos más...

domingo, mayo 11, 2003

¡ A Z Ú C A R !

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jueves, mayo 08, 2003

De la creación como suceso

Su génesis. Cómo es la ruta de la creación. De dónde vienen las imágenes. Cuál es su mecanismo de hechura. Cómo es que funciona la reconstrucción plástica del mundo...

** Más carnita en R E F R A C T A L I A

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el escritor aquel habría de recordar la tarde remota en que su guardarropía lo llevó a caer en las trampas de la combinatoria.

miércoles, mayo 07, 2003

Difiero del mundo previo: por eso escribo: porque quiero modificar el orden de las cosas: eso es la literatura: la pretendida expresión de nuestros diferendos con lo ajeno digerido: un paso hacia otro lugar.

martes, mayo 06, 2003

Entonces empezaron a exhibir sus partes enjugadas, hechas caldo, pasta y tajada: uno tomó una pierna, otro más una porción de pecho, aquél las frituras hechas de piel crujiente, los demás alternando trozos de carne jugosa con bocados granulosos de aromático embutido, aquél preparado con las entrañas tiernas en aceite de oliva, vino blanco y especias: siguió la desnudez rotunda, y llegó la hora del cuerpo a cuerpo, del sudor, del temblor, de la carne encendida y el regusto de salitre en las axilas. Tarde y temprano llegó el éxtasis cachondo, y fue la nada.

Horas después, luego del sueño, críticos y escritores comenzaron a vestirse.

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domingo, mayo 04, 2003

La folia impoluta me arredra llana. Ergo la vitupero: ¡anabolena!
Literatura, causa y efecto:

A T O L O N D R A M I E N T O
D E S L I N D E
U M B I L I C O C E N T R I S M O
H I P E R E S T E S I A
E S T R U E N D O M U D O *
A G O R E R Í A C O L A P S A D A

* Amable aportación de C.V.
Y luego aparece el silencio y no dice nada, y uno se queda pensando que el mundo es una interrupción caótica del gran silencio que es antes y después de la primera mayúscula y el último punto final. Es probable que la Cábala sea la respuesta, la pauta o el pretexto: hay que seguir reescribiendo.

sábado, mayo 03, 2003

Desconfío de los escritores, pasmados casi siempre en el caldo de su ensimismamiento.
Desconfío de los críticos, abecedebrios de sus elípticas convicciones.
Las letras son veintitantas.

viernes, mayo 02, 2003

Eso de la escritura clandestina es un asunto improbable: escribimos para ser leídos, para ser descifrados por los signos que fraguamos, y reconstruimos, y transpiramos. Somos pura especulación jugando al deslinde.