martes, septiembre 23, 2003

¿Es este un mensaje?
Las letras se nos están desfondando. La apuesta por una literatura directa, que pretende decir o establecerse en la verdad, usando el lenguaje como chambona herramienta de uso, es cada día más pobre. Más sosa. La otra, la de las letras experimentales que buscan apantallar por sí mismas, va corriendo en la dirección contraria: los contenidos están chorreando y haciendo charcos que pronto se evaporan o terminan oliendo mal.

¿El hilo negro? Claro que no, la cosa siempre ha sido así. El asunto está en seguir escarbando, haciendo hoyos, espeleogisando. La literatura es el imperio de los topos.

lunes, septiembre 15, 2003

Las letras romas son como el aceite. No sé exactamente por qué, pero ha de ser así.

martes, septiembre 09, 2003

Hete que la crítica:
observaciones de emergencia
*

En todos los casos, la crítica debería tener siempre fines telúricos. Incidir quizá sería su verbo más elemental, y unas cuantas sus premisas fundamentales:

1. Servir de contrapeso a la creación, ya que ésta tiende fácilmente al crecimiento excesivo y al desorden, creando atmósferas sobrecargadas e irregulares.

2. Funcionar como veta de argumentos que puedan servir al observador a la hora de acercarse al suceso creativo, además de enriquecer su experiencia visual.

3. Acrecentar el ámbito de la creación por medio de la reflexión, parte crucial a la hora de considerar como tal un momento histórico-artístico determinado.

Número Uno. La crítica como contrapeso de la creación. El arte está repleto, de forma natural, de grandes egos que buscan exponerse (su obra, su discurso) en el espacio compartido de las observaciones. Todo artista tiende a posar: esa es, al final, su circunstancia definitoria. La creación, particularmente la obra, no es sino cierta aproximación a un lenguaje que en el artista no puede ser significado de otra forma. Es un ensayo de conciencia.

Esto, claro, partiendo de una premisa que acepte como artista a aquel creador que, al tanto de la línea tradicional a la que pertenece, decida y consiga situarse como fenómeno autoreferencial suficiente, esto es: un creador con voz propia y criterios bastantes.
En este rubro, el fin de la crítica es descascarar, uno a la vez, los recubrimientos del suceso artístico. El dilema: dividir (diferenciar) suceso y sujeto. En su función de contrapeso, el papel de la crítica es, a través de elementos como la comparación, la búsqueda de antecedentes y la muestra de peculiaridades, ubicar a la pieza artística en su contexto particular de creación, relacionarla con su línea histórica tradicional, y tratar de comprender, explicando, porqué y cómo es que tal muestra cifra tales valores.
Quizá su fin más árido, se trata al final de un proceso de decantación de criterios: evidenciar a la creación por el peso de sus partes. Es aquí donde el crítico corre uno de sus riesgos inherentes: ser tomado por aguafiestas o matapasiones; en todo caso, es un trance mínimo, de antemano asumido por quien transite por estos lares.

Aquí una aclaración pertinente. No se trata de aplicar un formulario que, a través del reconocimiento o no de ciertos criterios, dé como resultado la calificación o descalificación de una pieza. Los valores estéticos, esencialmente reactivos, no pueden revestirse de categoría. Toda crítica es manifestación irremediablemente subjetiva. Luego entonces, el crítico es un bicho especular, una suma de reflejos.

Número dos. Enriquecer la observación. El juego de la crítica habría de apostar, en gran medida, al robustecimiento de los tópicos que considera el observador. Se entiende, se desea en todo caso, que el oficio del crítico sea el de un observador especializado quien, a través de lecturas, observación y reflexión continuadas, llegue a desarrollar una particular teoría de la imagen que sirva de asidero para quienes busquen en el campo de lo visual algo más que la mera impresión inmediata.

En este mismo rubro, cabría la labor del crítico como propiciador del consumo artístico. Propiciador, en tanto que sus argumentos de apreciación puedan traducirse en interés por conocer o profundizar en el suceso del arte. Consumo, más allá de su carga monetaria, como necesidad de saber que es cubierta tanto para los propios creadores como para galeristas, curadores, promotores u observadores simples.

Particularmente importante sería la injerencia de la crítica sobre el individuo común, no especialmente interesado en el campo de las artes. El ciudadano promedio no va por ahí, por la vida, preocupado por cierta caída en el estilo de tal pintor, no pierde el sueño porque la influencia de tal fotógrafo no ha sido valorada, ni se come las uñas porque la crítica en Tijuana sea reflexionada en una mesa de trabajo. Esa sería la empresa de la crítica: hacer del arte un tema cotidiano, infiltrarlo en las filas del día a día.

Número tres. La crítica como signatura. Probablemente uno de los más evidentes signos de consolidación de un estadio particular de la cultura, es su capacidad para pensar en sí mismo y afirmarse en términos reflexivos.

Ubicar, entender el fenómeno de la creación únicamente por sus productos artísticos, sin considerar su visión autoreferencial o su discurso introspectivo, es pretender trocar al todo por una de sus partes. Naturalmente, el resultado puede fluctuar entre la parcialidad y la miopía.

La reflexión escrita puede convertirse en un sano intento por exorcizar los demonios de la observación. Divagar, especular en voz alta (o tinta fuerte), hacer maromas metafísicas acerca de la impresión, de la expresión o de la función plástica, y convertirlas en comentario público, son intentos por combatir la inercia de la sola creación, nunca del todo confiable en tanto necesariamente parcial.

Al final, toda reflexión es significativa. Quizá haga falta precisamente eso, hacer un uso constante y compartido de la inferencia estética, como parámetro no de la plástica en sí, sino de la percepción que de ésta se tiene. Se trata de idear un autorretrato.

Crisis y conjuro

Dice David Huerta refiriéndose particularmente al rubro de la poesía: “Confieso que es nada más una impresión, pero he notado que entender un texto poético no entra en las intenciones de los lectores modernos; al menos, en el ámbito mexicano del que puedo decir que más o menos me resulta familiar. Es como si los lectores renunciaran de antemano, en el momento de plantarse frente a un puñado de versos, a ejercitarse en cualquier tipo de esfuerzo de orden intelectual”.

Me parece que un juicio muy similar puede ser aplicado al campo de las artes visuales en nuestro entorno. En buena medida, en los más de los casos, se ha renunciado a la posibilidad de considerar (y referir) a la obra artística desde otro ángulo que no sea la impresión primera o el discurso emotivo, más emparentado con la apología que con el análisis.

Mucho se ha hablado del desarrollo de la plástica bajacaliforniana, de lo abundante de las propuestas y lo numeroso de los prospectos. De igual manera, quizá en proporción inversa, se ha comentado (con justa razón) que ante tal auge en el ámbito de la creación, el oficio de la crítica ha quedado rezagado, con numerosas deudas pendientes en tanto reflejo (o refracción) del ejercicio creativo.

¿Qué puede significar este desfase en términos de obra y crítica? De entrada, refiere un fenómeno natural en el ámbito de las artes. Para que exista la crítica, es necesario que haya obra qué criticar, y no a la inversa. La obra puede existir por sí misma, en tanto que su comentario le está supeditado.

Salvando este factor, queda el asunto de la naturaleza de la creación. Ésta, como expresión del hombre, se da de una forma más natural que la crítica, oficio acaso menos poético y por tanto menos llamativo para la creación en general. Es más fácil enamorarse de un pintor que de un crítico.

Finalmente, mas no en último lugar, se trata de un asunto de educación. Con base en las inquietudes artísticas del público en general, los apoyos que a los interesados en estos rubros han sido dados, en general se han limitado a la formación de creadores, dejando a un lado el imprescindible ámbito de la observación (y con él la crítica) hasta convertirlo en un terreno apenas frecuentado, generalmente, por ocasionales comentadores.

Ante todo, ha hecho falta un compromiso real, un verdadero interés por quienes pretendemos tomar con seriedad el asunto de la observación comentada. Periodistas, escritores, académicos, artistas y observadores, todos tenemos parte. Es un asunto de decisión, arrojo y terquedad sobre todo.

¿Qué hacer? Las instituciones, ya se sabe, son esencialmente reactivas. Para que exista el apoyo a la crítica, es necesario que la crítica en potencia exprese la necesidad de formación en su ejercicio, de preparación visual y especialización de los criterios.

La observación continuada, la lectura constante de crítica profesional, el ejercicio escrito de las conclusiones producto de la reflexión, la firme intención de crecimiento (que implica, por supuesto, el oficio de la humildad) son los caminos a seguir.

Oficio de locos gozosos (Los locos somos otro cosmos, O. De la Borbolla dixit), la crítica existe como manifestación de la obsesión, del embrujo, de la adicción que puede generar la plástica como experiencia de vida. Cosa viva, se trata de un suceso, no de un estado.

Lo ideal sería encontrar un juego de pesos y balanzas que reditúe un sano equilibrio: pensar la plástica al tiempo que comentarla. Equidistar reflexiones y referentes. Valerse de la crítica para saborear más y mejor la experiencia estética. Enriquecer la observación con el argumento sustancioso. Hacer accesible y deseable el producto visual.

Finalmente es una obsesión. La presencia descubierta puede ser un poderoso revulsivo mental. El camino que va del suceso plástico al desentrañamiento particular por la interpretación, está lleno de apremios. Nuestra guardarropía visual está urgida de asideros. Se trata de una emergencia.

* Texto leído el pasado domingo 7 de septiembre, en la mesa de discusión “Crítica de la Imagen”, en el Centro Cultural Tijuana, como parte del Festival Fotoseptiembre 2003.

lunes, septiembre 08, 2003

A toda costa: -(suspenso)-
Las letras están haciendo agua. Se solicita maza encefálica. Discursos de altura. Agarraderas mentales. Gente sabia. Algo de algo. Urge. Hace falta.

jueves, septiembre 04, 2003

A pesar de haber perdido muchos, la literatura ha encontrado la manera de reponer siempre sus dientes. Sigue royendo.

lunes, septiembre 01, 2003

La vorágine:
una palabra que se chorrea al sudor de la mano, la sintaxis acitronada en mantequilla y pimienta, los acentos crepitando, y esa idea que se escurre por los bordes guiñados de la intención como cera que se derrite. Todo es letras y sudor, retórica al gratín, mordeduras de signos que se reblandecen en sus propios jugos y terminan por dorarse. La escritura es una gran cocina, pan caliente y puntos suspensivos. Un salado vapor me hidrata.