jueves, octubre 14, 2004

Si el poema
mal de muchos
no entra por las orejas,
retruécanos las haiga,
anapoyesis,
consuelo de tontos.

Berlín 77,
de Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal
(o un adiós muy otro a la crucial aventura físico-matemática de Sir Isaac Newton, pobrecito)

En su tratado Principios Matemáticos de Filosofía Natural, publicado en 1687, Sir Isaac Newton cristaliza un trabajo que durante más de veinte años fue el centro de sus atenciones: en esta obra crucial para la brecha del entendimiento humano, propone su conocida ley de la gravitación universal: dos cuerpos se atraen con una fuerza proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancias que las separa. Asimismo, el genio del genio inglés que Sir Isaac poseía, le da aún para presentar tres principios que hoy consideramos como puntales en el estudio de la mecánica de los cuerpos sólidos, a saber:

UNO: Todo cuerpo permanece en reposo o continúa su movimiento en línea recta con velocidad constante si no está sometido a una fuerza exterior.

Claro, hasta que aparece Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal y propone que la literatura puede estar contenida lo mismo en el rincón más oscuro del cuarto que en la ventana luminosa de un baño de señoritas. Su voyeurismo no tiene límites. Fisgonea por igual en el espacio improbable y frecuente de la necrofilia como en el dulce borborigmo de un adjetivo revolucionado.
No hay cuerpo que permanezca en reposo, ni movimiento lineal que sobreviva a la recta de una manera constante: las letras, evidentemente, laten, mantienen cierta pulsión vital que las lleva a exquisiteces directamente cercanas al canibalismo e inversamente proporcionales a las normas generales que mueven al lenguaje. En Berlín 77, todo es movimiento, desde los personajes multifuncionales hasta las partes intercambiables de cierto esquema tan divertido como improbable.
En cuanto a la fuerza exterior, ¿cómo saberlo? Quizá el cúmulo de lecturas, los perversos, maquiavélicos vericuetos obsesivos del autor, puppet master de indefensos lectores en busca de certezas narrativas. Eso, o las andanzas por esos espacios ficcionales y cotidianos que son la ciudad, sus partes e impudores, piezas que terminan por ser la línea definitoria, quizá la única, a lo largo del un texto que parece rehuir todo intento de clasificación.

DOS: El cambio de movimiento de un cuerpo es proporcional a la fuerza exterior, inversamente proporcional a la masa del cuerpo y tiene lugar en la dirección de la fuerza.

El engaño es llevado hasta sus últimas primeras causales consecuencias. Se trata de extenuar la enunciación narrativa más allá de lo que el decoro, la academia y el sentido común suelen utilizar como base cierta, efectiva y sosegada. En Berlín 77 podemos encontrar un indicio evidente de que la literatura es un juego imposible pero terco de reglas con virtudes decididamente elásticas.
En todo caso, una aclaración: si bien el cambio de movimiento del cuerpo textual es directamente proporcional a la extravagancia de su enunciación, en este caso la relación entre peso e ingravidez de las palabras es inversamente proporcional al cuadrado de la suma de sus arrojos. La guardarropía léxica de Carlos resulta ser, más allá de sus extremos cercanos a la disfunción, una bien urdida trama de palabras que, si se observa un poco y con cierto detenimiento, resulta más cercana a la formalidad que al caos. Aún así, el grado de extrañamiento que jaspea al libro de principio a fin, lo hace lucir sus dotes de ave extraña, de máquina de signos al borde del colapso.
Berlín 77 es un texto excéntrico y cortocircuito.

TRES: A toda acción se opone una reacción, igual y de sentido contrario.

Sucede sobre todo que la propuesta escritural de Carlos parece desafiar de manera tan sistemática como socarrona las brillantes ideas que hace más de trescientos años formuló el buen señor Newton. La gravedad no va con él. Las proporciones resultan invariablemente desfasadas. La relación mecánica entre los cuerpos de su pluma, hoy teclado, no admite sujeciones.
En este sentido, Carlos hubiese sido el cronista ideal a la hora de narrar, allá en los orígenes del tiempo, el instante preciso en que el caos dejó de serlo para convertirse en la nada primigenia que nos nombra como punto de partida. Todo es todo; todo significa; nada puede ser incidental; la mecánica de la ficción funciona por fractales tan maquiavélicos como minuciosos: la nueva geometría del texto asume el carácter crucial de cada una de sus partes. Y las expone. Y las multiplica.
El libro es una suma de hipérboles acuclilladas, ensimismadas. Hipérboles que son hipérbolas o, más bien, lanzamientos hiperbólicos desde la trinchera de la creación dolosa hacia la fibra tenaz del ingenio lectural. El lector es lo mismo un gambusino ilusionado que un pescador estructuralista: lanzarse al abismo de Berlín 77 es caminar de espaldas y en sentido contrario el camino de la deconstrucción.

* * *

En cuanto al libro en tanto libro, ese objeto extraño, solamente una precisión:
Esta novela es una serie de cuentos perfectamente tipificables en su género. Se trata de tres relatos que, a partir de su construcción, podemos ubicar en el ámbito inequívoco de la noveleta. Vaya: hablamos de una triada de correlatos que, por la vía del cotexto, superponen sus relaciones de yuxtaposición a las funciones poético-referenciales que las contienen y definen como lo que son: una lectura tan inequívoca como polisémica, tan intensa como abarcadora, tan excéntrica como antigravitacional.
O algo así.